Amor puro e incondicional
Con la maternidad he aprendido que nadie te amará como lo hace tu bebé
Por mis hijos daría la vida. Toda mujer debería saberlo antes de ser madre. También debería saber que eso haces desde el momento en que das a luz. Tu vida, la que bailaba a tu son, se va justo en el momento en que ese cuerpercito caliente que sale de ti se posa en tus brazos. No tenerlo claro te convierte en polilla que se estrella incansable contra el cristal. Tras él puedes ver aún el ser que dejaste atrás para convertirte en Madre.
Tus horas lectivas, tus siestas, tus duchas calientes, los mimos en pareja, tus cenas calmadas, tus pelis preferidas, tus paseos por el mar, tus risas con amigas. Los años te devolverán parte de lo que era tuyo. Y entonces, cuando sientas que vuelves a oler el mar salado, cuando te sorprendas pensando en ti, observa con atención porque tus hijos te habrán dado más de todo lo que creíste perder.
No hay días suficientes para agradecerles a mis hijos la persona en la que me han convertido. No hay texto ni hay silencio que pueda expresar lo que siento por ellos.
Hace poco leí un post con un texto muy emotivo acerca de la maternidad. La frase punzante decía “Nunca más serás amada de esa manera” Y así es, aunque el amor se matiza, se expande y se contrae.
Tu bebé te ama desde la más pura inocencia, la necesidad de latido, el miedo al abandono, el pavor a la oscuridad, el calor de tu pecho, el hambre, el sonido de tu voz… En medio del agotamiento, seca tus lágrimas y recuerda que nunca más serás amada de esa manera.